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2014-08-07 | Antecedentes | Indoamericano

Chile replica las tendencias globales y vive su propio período de defaunación

La extinción ya está aquí

Hace algunos días, la revista Science publicó un artículo en donde sostenía que el planeta Tierra estaría entrando en una nueva fase de extinción, tal como la que extinguió hace 65 millones de años a los dinosaurios. Esta vez, sin embargo, el proceso estaría siendo acelerado por la acción humana. Y Chile no se queda atrás. Esta es una fotografía de la grave situación de amenaza que día a día deben combatir las especies animales y vegetales, acorralados permanentemente por las consecuencias de la acción humana, sus actividades recreativas, descuidos accidentales, y la depredación compulsiva del medio ambiente y los recursos naturales.




Foto: El Mostrador
Los dinosaurios se extinguieron hace 65 millones de años. Con ellos, más de la mitad de las especies en el mundo desaparecieron. Una nueva fase de extinción hizo su arribo. Entre los científicos, las teorías predominantes apuntan a la caída de un meteorito o una intensa actividad volcánica. Este es, para muchos, el más conocido de los cinco periodos de extinción en los 600 millones de años en que los animales han poblado el planeta. La más grave ocurrió hace 250 millones de años, cuando el fenómeno barrió con el 70% de nuestros ancestros vertebrados y el 95% de las especies marinas y una vez más, asteroide y vulcanismo extremo se manejan entre las hipótesis. La situación podría estar próxima a repetirse, aunque esta vez el factor sería otro, según lo reveló una colección de ensayos cuyas conclusiones fueron publicadas en la Revista Science (Science Magazine http://www.sciencemag.org/). El artículo apuntó a que el planeta estaría entrando en una nueva fase de extinción masiva, donde el término “defaunación” aparece como uno de los principales propulsores.
El informe dado a conocer por el medio norteamericano se titula “Defaunación en el Antropoceno”* (http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/07/24/actualidad/1406224017_140906.html). Así como el término “deforestación” se refiere a la destrucción masiva de los bosques, la palabra “defaunación” se aplica para el caso de la fauna, tanto en su biodiversidad como en su población. En tanto el Antropoceno concierne a la época en que la actividad humana ha empezado a generar efectos globales. “Tan profundo es el problema que teníamos que aplicar el término ‘defaunación’ para describirlo. Este reciente pulso de pérdida de animales, en adelante denominado ‘la defaunación en el Antropoceno’, no es sólo una consecuencia conspicua de los impactos humanos sobre el plantea, sino de por sí un conductor primario hacia el cambio mundial en el medio ambiente”, señala la publicación.
En ese sentido, explica el texto, el término tiene además un propósito. “Debe tenerse en cuenta en el mismo sentido que la deforestación, ahora un término fácilmente reconocible e influyente para centrar el foco científico y la atención general sobre cuestiones de diversidad biológica”, aclara.
Los autores del estudio apuntan a que este período habría comenzado hace unos 500 años –aunque aún hay debate al respecto- y ha significado, entre otros efectos, la extinción de al menos 322 especies de vertebrados y una disminución promedio del 28% en las poblaciones de los que aún subsisten. Asimismo, de entre todas las especies, se estima que entre el 16% y el 30% se encuentran en peligro de extinguirse. “De un estimado conservador de entre 5 y 9 millones de especies de animales en el planeta, estamos probablemente perdiendo de 11 mil a 58 mil al año”, afirma el texto.
En tanto, entre las principales consecuencias de esta disminución en la biodiversidad del planeta se mencionan impactos en la polinización, en el control de plagas, en el procesamiento de nutrientes y la descomposición, en la calidad del agua, en la salud humana y en los patrones evolutivos.
Los autores del estudio apuntan a que este período habría comenzado hace unos 500 años –aunque aún hay debate al respecto- y ha significado, entre otros efectos, la extinción de al menos 322 especies de vertebrados y una disminución promedio del 28% en las poblaciones de los que aún subsisten. Asimismo, de entre todas las especies, se estima que entre el 16% y el 30% se encuentran en peligro de extinguirse. “De un estimado conservador de entre 5 y 9 millones de especies de animales en el planeta, estamos probablemente perdiendo de 11 mil a 58 mil al año”, afirma el texto. En tanto, entre las principales consecuencias de esta disminución en la biodiversidad del planeta se mencionan impactos en la polinización, en el control de plagas, en el procesamiento de nutrientes y la descomposición, en la calidad del agua, en la salud humana y en los patrones evolutivos.
De esta forma, la “defaunación” no sólo afectará a la fauna. “Afectará a la vida humana en muchas otras formas a través de la disminución de bienes y servicios provenientes de los ecosistemas, incluyendo compuestos farmacéuticos, las especies de ganado, agentes de control biológico, recursos alimenticios y la regulación de las enfermedades”, afirma el artículo. Y es que, agrega, de entre el 23% y el 36% de todas las aves, mamíferos y anfibios utilizados para alimentos o medicina están ahora amenazados de extinción.
El estudio arroja conclusiones e índices globales, panoramas donde animales exóticos como los elefantes y otros de grandes vertebrados aparecen como los más vulnerables. Pero Chile tiene su propia gama de especies en peligro producto de la actividad humana, ya sea de impacto masivo -como en el caso de la construcción de grandes obras-, como de la acción individual que deriva de la irresponsabilidad de la persona. Una realidad nacional que de no atenderse –si es que aún se está a tiempo para ello- podría derivar no sólo en la desaparición de una especie sino en las graves consecuencias que esto puede tener para su entorno completo, incluidos seres humanos.
En Chile, las causas de “defaunación” son las mismas que en el resto del mundo, sólo que alternadas según el panorama nacional, en donde normativas medioambientales, geografía y clima, y explotación de recursos se articulan de forma particular.
Una de ellas es la creciente expansión de la agro industria y la falta de planos reguladores en los municipios, lo que ha generado la irrupción de los predios en zonas habitadas por fauna silvestre, agravada por el uso de pesticidas y otros químicos destinados a los cultivos. Según cuenta Juan Sufán, biólogo de la ONG In GEA y perito judicial dedicado a la gestión ambiental, esto se puede graficar en la situación observada en 2013 en algunos predios ubicados frente a la zona cordillerana a la altura de Chillán, donde los productores de abejas experimentaron la pérdida del 90% de sus abejas. “Hablé con una persona que tenía 97 panales y quedó con dos. Los informes de las entidades públicas dijeron que se debía a un mal manejo por parte de ellos. Es gente que lleva 15 o 20 años produciendo miel. Sin embargo, a todos los criaderos de la comuna se les murieron las abejas, coincidentemente en época de cultivos”, explica.
Lo grave de esta situación es que el alcance de los pesticidas no se limita a los insectos que interactúan con los cultivos rociados. Un animal de mayor tamaño que pueda llegar a alimentarse de ese insecto es una potencial víctima de envenenamiento. Una situación de este tipo, aunque a una escala diferente, se produjo en 2013 cuando una veintena de cóndores intoxicados –dos de ellos fallecieron- fueron encontrados en el sector rural de Los Quilos, Quinta Región, a pocos kilómetros de Los Andes. Los análisis realizados por el Servicio de Agrícola y Ganadero arrojaron que los animales habían sido envenenados con un plaguicida supuestamente rociado en el cadáver de un animal muerto, método utilizado para controlar la población de jaurías de perros que amenazan al ganado.
Otro factor está relacionado con la caza y la sobreexplotación de la pesca, donde pescadores artesanales e industriales compiten por sacar la mayor cantidad de peces en el menor tiempo y comercializarlos. A este su suma el impacto que el cambio climático está teniendo en los hábitats de las especies, incrementando la temperatura y las lluvias, provocando eventos extremos y devastadores.

La invasión de extraños
Asimismo, el arribo a Chile de especies invasoras –algunas de las cuales han migrado de forma voluntaria, mientras otras han sido traídas deliberadamente por el ser humano-, también está causando estragos. La rana africana, por ejemplo, llegó a nuestro país por razones científicas y hoy se ha apropiado de gran parte del territorio nacional, devastando cualquier eventual fuente de alimento a su paso y amenazando con ello la supervivencia de otros anfibios locales. La rana africana fue traída a Chile en los 80 para estudios científicos, ya que sus óvulos de gran tamaño la hacían idónea para probar hormonas femeninas. Sin embargo, cuenta Sufán, un auxiliar de los laboratorios de la Universidad de Chile al que se le habría encargado deshacerse de algunos especímenes, tenía un corazón demasiado caritativo y decidió depositar las ranas en el río Mapocho. De ahí a la actualidad, el trayecto de la rana africana en Chile ha sido apropiarse de numerosas quebradas en zonas como San Vicente de Tagua Tagua, Talagantito, San Antonio, Calera de Tango, Melipilla, entre otras. “La rana africana come de todo, se mueva o no, llega a un río y al poco tiempo allí ya no quedan plantas ni moluscos. Además puede cambiar de sexo. Es dificilísimo eliminarla”, agrega el perito judicial.
Pero el listado de especies invasoras que han causado estragos en la flora y fauna nacional es extenso. Otros ejemplos son el loro argentino, que arrasa con los campos, destroza los árboles y construye nidos comunitarios de hasta doscientas aves en medio de transformadores de torres eléctricas, obligando a las compañías a incluir los daños que generan al tendido entre sus gastos anuales; y la didymosphenia geminata, un alga originaria del hemisferio norte mejor conocida como el “moco de piedra”, que puede llegar a cubrir a modo de “alfombra” el lecho de un río a lo largo de varios kilómetros, imposibilitando que los insectos puedan alimentarse y alterando así toda su cadena alimenticia.
Así como ocurre con el “moco de piedra”, expertos insisten en advertir que la extinción o amenaza de una especie no sólo afecta a esta en sí, ya que como pieza de una cadena alimenticia, su desaparición representa la disminución en la oferta de alimentos de otras especies. Así, el exterminio de un animal puede significar un punto de quiebre en la subsistencia de otro cuya dieta ya se encuentra parcialmente amenazada. Un ejemplo notable de cómo esto puede ocurrir entrega el perito Juan Sufán. En 1992, como parte de la realización de su tesis, se avocó al estudio del Pristidactylus, un lagarto también conocido como “gruñidor” que habitaba en los cerros Altos de Cantillana, el punto de mayor altitud de la Cordillera de la Costa de Chile Central. Fue entonces que Sufán se percató de que una variación de ese lagarto, hasta entonces no descubierta, habitaba en la parte baja del cerro. Sin embargo, por aquella época se puso en práctica un programa para incentivar la exportación y algunos lo aprovecharon para vender en el extranjero animales como reptiles no protegidos, entre ellos el “gruñidor”. Sufán cuenta que con ese fin, se encomendó a los pobladores de la localidad recorrer los cerros y capturar cualquier lagarto que descubrieran, al ser incapaces de reconocer cuál de las especies eran las más deseadas. Posteriormente, los especímenes que no servían para estos fines eran quemados con bencina. El biólogo narra que junto a otros profesionales puso en práctica esfuerzos para educar a la población sobre el daño que esto iba a causar al ecosistema, pero nadie le creyó y las consecuencias fueron desastrosas.
“Hubo tal nivel de plagas de insectos… Fumigaron, triplicando las dosis de insecticidas, mataron a todos los insectos y empezaron a aparecer pájaros muertos. Ese año no hubo ninguna actividad agrícola porque todas las hojas estaban pegajosas, no se podía comer nada. Al año siguiente hubo denuncias de la gente que iba a Laguna Aculeo porque las aguas se veían plateadas de tanto químico que había en ellas, hasta que un día los peces aparecieron muertos. La gente de la Armada tuvo que ir a quemarlos todos. Luego llevaron vacas para que se comieran las pocas plantas que aún crecían y se murió todo el ganado”, recuerda. Al final, el lagarto que vivía en la base de los Altos de Cantillana también desapareció.

Acorralados por la civilización
En el Museo de Historia de Ciencias Naturales y Arqueología de San Antonio opera uno de los pocos centros de rescate de fauna silvestre (creado en 1990) que actualmente funcionan en el país, pese a la falta de recursos destinados a estos fines. Se financian con donaciones provenientes tanto de pequeñas empresas como de particulares y del municipio. Si bien en un comienzo su objetivo era recibir fauna herida, enferma o envenenada proveniente de la provincia de San Antonio, en la actualidad deben asistir casos traídos por el SAG desde Melipilla, Valparaíso, San Fernando, Rancagua, hasta Las Cabras, y las zonas comprendidas entre estas localidades. En gran parte de estos casos, donde muchos de los animales llegan al centro ya fallecidos, la huella de la acción humana está presente. En el 70% de las oportunidades, las víctimas son aves.
El listado es extenso. Animales heridos por disparos de rifle a postón, de armas de fuego o con perdigones; especímenes atrapados al ingresar a una casa, oficina, bodega o container, o enredados en hilo de volantín. Aves decomisadas por venta ilegal en ferias públicas o desde domicilios particulares; que colisionan con el tendido eléctrico y salen heridas o electrocutadas; atrapadas en redes de pesca o contaminadas con petróleo o aceite.
Entre las que llegan con mayor frecuencia al centro se encuentran aves marinas y provenientes de humedales –como patos silvestres, cisnes de cuello negro y garzas-. Las más comunes son las gaviotas dominicanas y los pelicanos, heridos de forma natural al abatirse contra el oleaje o al golpearse contra embarcaciones. En tanto, aves rapaces –como tiuques, peucos, aguiluchos, águilas- y otras nocturnas –como lechuzas, búhos tucúqueres, chunchos, pequenes- son frecuentes víctimas de disparos con armas de fuego a manos de cazadores. En tanto, entre los mamíferos, los más golpeados por la caza son los zorros culpeos, los zorros chilla, entre otros. A todos estos factores se suman los ya conocidos como los incendios forestales, que arrasan con poblaciones de zorros, quiques, chingues, nutrias y gatos guiñas, este último en peligro de extinción. Por último, la persecución de especies para la venta en tiendas de mascotas también ha hecho su aporte al duro escenario. Expertos aseguran que algunos como el loro choroy, el loro cachaña y loro trihuen, prohibida su venta hace años, aún pueden hallarse en el mercado. Basta con recorrer un poco la web para encontrar ofertas.
De esta forma, amenazas derivadas de las actividades productivas del hombre como de sus actividades recreativas al aire libre, se han entramado en un panorama que resulta letal para muchas especies que han quedado cerca de poblados humanos. Una verdadera trampa a donde sea que el espécimen vaya. “En Chile, la superficie ocupada por ciudades y por las zonas agrícolas aledañas, carreteras y tendidos eléctricos, autos y perros que los han atacan, han hecho un infierno para la sobrevivencia de la vida silvestre. Muchos hábitats han quedado fragmentados, son verdaderas islas con poblaciones de animales que no tienen contacto entre sí”, explica el experto en fauna silvestre y curador del Museo de Historia de Ciencias Naturales y Arqueología de San Antonio, José Luis Brito. Esto, señala el especialista, hace que sus posibilidades de sobrevivencia sean escasas.
Pero también hay nuevas amenazas que han comenzado a aparecer en el horizonte y que hasta el momento no eran contempladas por las labores de los expertos, por lo que sus alcances aún no se conocen del todo. Entre estas se encuentran los molinos de viento. “Algunos son ubicados justo en el paso de los vuelos de las aves. Se están empezando a estudiar para identificar cuáles son porque no son todos. Eso es algo nuevo, ha comenzado a observarse en los últimos tres años”, comenta Brito.
Algunos de los casos que llegan hasta el centro de rescate en San Antonio corresponden a especies que han experimentado una disminución tan grande en su población que su supervivencia está fuertemente acechada. Tales son los casos de los lobos finos (tipo de lobo marino) de Juan Fernández que han sido atendidos producto de disparos con armas de fuego, pese a que actualmente están amenazados de extinción. Otras, si bien aún no caen en esa categoría, no gozan de un panorama demasiado alentador. Las aves marinas, por ejemplo, caen en grandes cantidades producto de las mallas de pesca. De esta forma, año a año varias generaciones de una familia son asesinadas.
Y en medio de este lamentable panorama, a los expertos les preocupa la falta de información y educación de la que disponen los ciudadanos comunes y corrientes sobre el tema. “El modelo consumista que tiene Chile hoy hace que la gente se preocupe del día a día y estos problemas no sean temas. Afectar a la fauna de una ignorancia asistida… A veces se debe a que el sistema lo fuerza. La educación que tenemos está programada para crear gente que aprenda a leer, sumar y funcionar en el sistema. Pero no gente que sepa de geografía, flora y fauna, geología básica. Estamos tan desarraigados de la naturaleza y queremos volver a ella, sentimos la necesidad del sol pero hacemos puras embarradas”, sostiene el experto de San Antonio. Situación que se complejiza si se considera que actualmente en la Tierra habitan siete mil doscientos millones de personas, y que se espera que para 2050 seamos alrededor de nueve mil seiscientas.
Lo grave, y que está lejos de ser el centro del debate público, es que la extinción de especies y la destrucción de sus hábitats terminará, tarde o temprano, afectando al ser humano. “Vamos a sufrir sin duda el mismo destino que sufren las especies que se están extinguiendo. Nosotros estamos ligados al resto de la vida porque dependemos del funcionamiento de los ecosistemas. Estos requieren tener todos los elementos –animales, vegetales, faunas del suelo-, sino no funcionan. Y si ellos no funcionan nosotros no vamos poder sobrevivir”, asegura el presidente del Comité Pro Defensa de la Fauna y Flora (Codeff) y zoólogo del Museo Nacional de Historia Natural, José Yáñez.

A la espera de la nueva ley
A los factores mencionados anteriormente, vinculados a cómo el ser humano interactúa con entorno y recursos naturales, se añaden otros que sí podrían ser solucionados en el corto plazo como lo son, por ejemplo, normas e instituciones fiscalizadores en Chile. Expertos coinciden que en esta materia nuestro país aún está en debe. La falta de recursos y especialistas en el campo, ha derivado en una carencia de biografía, investigación y registros actualizados sobre la cantidad de especies amenazadas y sus poblaciones. En el caso de los servicios públicos, los expertos apuntan a que estas carencias desembocan en que, por ejemplo, los funcionarios que revisan los estudios de impacto ambiental de megaproyectos pasen por alto algunos errores u omisiones. “La autoridad los deja pasar por ignorancia o por falta de capacitación. Y muchos de esos proyectos son presentados por funcionarios del propio ejecutivo con el patrocinio del gobierno”, afirma el perito Juan Sufán.
En Chile, el primer Reglamento para la Clasificación de Especies Silvestres fue publicado en 2005. Antes de eso, lo que existían eran investigaciones, algunas incluso colectivas que podían estar parceladas en tipos de vertebrados o clases de plantas. La nueva norma viene a agrupar tanto flora como fauna, deja el procedimiento bajo la supervisión de la entonces Comisión Nacional del Medio Ambiente (hoy Ministerio de Medio Ambiente) y establece las categorías de “Extinto”, “En Peligro”, “Vulnerable”, “Insuficientemente Conocido”, “Rara” y “Fuera de Peligro”. Sin embargo, en 2010, nuestro país resuelve adherir a los criterios de conservación establecidos por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), organización internacional más respetada en esta materia. Así, las categorías pasaron a ser “Extinta”, “Extinta en Estado Silvestre”, “En Peligro Crítico”, “En Peligro”, “Vulnerable”, “Casi Amenazada” y “Preocupación Menor”. De esta forma, todas las especies en Chile pasaron a estar al menos en algún grado de riesgo.
Según consigna el sitio web del Ministerio de Medio Ambiente, actualmente se encuentran en desarrollo dos procesos de clasificación (10º y 11º) de especies silvestres, según los criterios establecidos por el actual reglamento vigente. En tanto, en los resultados del proceso anterior (9º) figuran un total de 1.011 especies. De estas, 11% figuran en “Peligro Crítico”, 38% aparecen en “Peligro”, 2% se encuentran “Extintas”, 25% son consideradas “Vulnerables”, 12% como “Casi Amenazadas”, 11% con “Preocupación Menor”, y en el caso de un 1% los datos son insuficientes para llegar a una conclusión.
En tanto las normas que en el caso de Chile resguardan la biodiversidad e intentan regular el impacto de las actividades humanas sobre la fauna silvestre, son la Ley de Caza, la Ley de Pesca y la Ley General de Base de Medioambiente. Especialistas coinciden en que la falencia que tienen estas normativas –sobre todo las dos primeras- para con este fin en particular tiene que ver con que su foco está puesto en la administración de los recursos naturales (para por ejemplo, su explotación) y no en el resguardo propiamente tal. “Lo que nos rige ahora son estas tres leyes, y son leyes que de alguna manera son útiles pero no del todo satisfactorias. No terminan protegiendo eficientemente lo que deberían proteger. Un amigo mío lo grafica bien al decir que siguen habiendo más papeles en los escritorios que especies en el campo”, señala al respecto el zoólogo José Yáñez. A esto, el experto agrega que la legislación debería centrar su preocupación la dinámica ecosistémica completa, no en sus partes por separado.
En junio pasado, un Proyecto de Ley que crea el Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas, así como el Sistema Nacional de Áreas Protegidas, entró a tramitación en el Senado. La medida constituía una de las promesas del nuevo gobierno para sus cien primeros días. Las expectativas son altas. Pero si bien los expertos coinciden en que deberá estar sujeto a mejoras e indicaciones, han valorado positivamente la creación de una iniciativa que hace rato se posicionaba como urgente.

por Bernardita García Jiménez

* Para leer el artículo debe suscribirse a la revista a través de su sitio web. Asimismo, algunas universidades tienen acceso a la publicación. Estas son las que integran el Consejo de Rectores (salvo la UMCE), la U. Andrés Bello, la U. Adolfo Ibáñez, la U. Mayor, la U. del Desarrollo, la U. Central, la U. Diego Portales, la U. Alberto Hurtado y la U. Los Andes.

Fuente: El Mostrador

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