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Viedma, 4 de enero de 2004.

El Gualicho: el paisaje y la vida al borde de lo inhabitable

Un libro analiza la depresión más profunda de Río Negro, su gente y su biodiversidad. El sitio, inhóspito por la sal y el viento, es una falla de la meseta, que invadió el mar.



La inmensidad se muestra en los salitrales en esta zona. Allí el misterio es el que manda, con un horizonte extraño y blanco.

El gato montés, casi extinguido en regiones más pobladas, se refugia del hombre en el inhóspito ambiente de los bajos de El Gualicho.
Especie de contrameseta que se hunde en la Patagonia hasta 72 metros por debajo del nivel del océano, los bajos de El Gualicho albergan un “mar fosilizado”. Son un rincón del mundo inhóspito que invitan a dejarlos, pero a la vez a mirar un horizonte extraño y blanco, agreste y misterioso como los secretos que encierra su nombre.

El topónimo “describe al pronunciarlo la densidad visual cuando reverbera la salina, o su otra densidad, la de las leyendas que atemorizan y atrapan”, define con síntesis conceptual el prólogo del libro “Bajo del Gualicho. Una planicie bajo el nivel del mar. Realidad y leyenda”, investigación multidisciplinaria de treinta profesionales, publicada con la colaboración de la Secretaría de Acción Social del Estado rionegrino.

No existen en los bajos de El Gualicho pueblos ni parajes. Sólo unos pocos habitantes diseminados por el campo, resistiendo la migración que alejó a muchos. El ganado también se reduce cada vez más, y en su mayoría son ovejas y cabras.
Las condicionantes para la ocupación humana son allí graves, aun para la vida de animales domésticos. Apenas llueven unos 280 mm. anuales, la temperatura promedio es de 15,9 grados pero con amplísimas variaciones y los vientos del Oeste y Sudoeste son una constante “que profundizan la marcada aridez de una región al borde de la ‘ecumene’ ”, entendida ésta como el medio propicio para la vida permanente de colectividades humanas.

“A medida que bajábamos a la profundidad de la salina, no podía dejar de tener la sensación de descender por los peldaños de la evolución de la tierra. Una invitación a imaginar y deducir, en el lejano paleopaisaje de la comarca, su dimensión temporal. Los cambios graduales y continuos que fueron modelando lo que hoy estamos viendo. Los que seguirán en el proceso evolutivo del paisaje y la vida”. Así se expresa el geógrafo Julio Guarido en el libro.

Y Freddy Masera añade, en diálogo con “Río Negro”: “Aun cuando el viento sopló, cuando las noches fueron frías en julio del 2002, los jóvenes y nosotros gozábamos al dormir en casillas y carpas en estas soledades. Sin embargo, la presencia de la salina, con la sal tan esencial pero tan asociada a la sed, la falta de aguadas dulces, nos hace imaginar lo que sería en otros tiempos cubrir esa travesía. Y entonces sí, nos identificamos con aquellos que nos antecedieron en condiciones dificilísimas, sin la provisión de botellas frescas de aguas minerales.
 

Una falla, visitada por el mar

Una gran falla de la meseta patagónica es el bajo. Capas de sedimentos se sostienen en un piso cretácico, sobre el cual se acumularon depósitos de un ingreso del mar. Otras dos veces más volvió a inundarlo el océano, dando su aporte salino a la laguna. Más arriba, sedimentos continentales más recientes protegen mares enterrados.

La sal y los suelos, erosionados durante siglos por el viento, han generado formas caprichosas que se esconden o asoman sus relieves por sobre las capas de sedimentos.
Los escasos pastos sobrevivientes a la explotación ganadera sirven apenas de sombra y testigo a una fauna que, en su mayoría, corre riesgo de extinción en la zona, y que está compuesta por el zorro, la lechuza de las vizcachera, el gato montés, el puma, el zorrino y el guanaco. La hostilidad del territorio ha contribuido a que esta especie, casi desaparecida de campos en zonas más pobladas, todavía pueda ser vista en tropillas.

Uno de los autores del libro, Julio César Guarido, narra su experiencia: siete guanacos advierten su presencia y huyen hacia el centro de la salina. “Parecían desplazarse sobre un espejo que duplicaba su marcha hacia el norte, por encima de la película de agua. Fue en ese momento cuando pensé que se desplazaban sobre un mar fosilizado”.

La biodiversidad del lugar es tan singular y frágil, que conocerla va unido a la necesidad de preservarla.
En lo cultural, la singularidad se vincula a la naturaleza de las historias y leyendas que se entrelazan con la toponimia del lugar: la Puerta del Diablo, las Cuevas del Gualicho, la Laguna Escondida, el Bajo del Indio Muerto...
Las escasas huellas humanas que se advierten en su superficie siguen el rumbo de las aguadas, como las sendas apenas visibles que los baqueanos buscan en un desierto. Pese a los cañadones que hablan de torrentes en las paredes de la planicie, actualmente hay sólo arroyos y lagunas que permanecen secos la mayor parte del año.

Ya era así cuando, a fines del siglo XIX, el modelo agro exportador provocó un cambio total del modo de relación de la población con la tierra que resignificó su valor y dio lugar a una población multiétnica. Los pueblos indígenas consideraban la tierra eje de su vida. Pero, tras el fin de las campañas militares, la Nación tomó la propiedad de grandes extensiones y organizó un sistema de distribución según compromisos y políticas establecidas. Las condiciones del suelo hicieron que sólo nueve ocupantes espontáneos de tierras fueran registrados en el relevamiento que se hizo en el Bajo de El Gualicho en 1920, conduciendo otras tantas unidades productivas. Una particularidad: En la zona se criaron en pequeña escala machos cabríos que, unidos a hembras ovinas, originaban un híbrido de pelo fino y enrulado llamado “chovino”, que no despertó interés comercial y cuyas crías eran estériles.

Viajeros e investigadores como George Musters, el suizo Jorge Claraz, el perito Francisco Moreno, recorrieron el bajo de El Gualicho y reprodujeron el modo en que denominaban a la región los indígenas. Nada allí parece haber cambiado desde que ellos oteaban el horizonte.

Alicia Miller
 

“Gualicho”, del tehuelche a la lengua española

Sobre el origen del nombre El Gualicho, el libro reproduce una definición que brindó para la obra el investigador Rodolfo Casamiquela, autor de “En pos del Gualicho” (1988), el más completo trabajo sobre el tema:

“Si no yerro, la cultura espiritual de los Tehuelches patagónicos sólo legó dos o tres voces a la cultura hispano-criolla: Seguras, ‘chúlem’ denominación de la cría del guanaco (transformado luego en ‘chulengo’), y ‘walichüm’ -en la que la ‘ele’ representa un sonido especial, con barniz de ‘ese’ española- ‘gualicho’ escrito a veces con ‘h’ o ‘w’ iniciales, y ‘u’ final. Ambas voces cruzaron la frontera del río Negro y se adentraron..., modestamente, en el ámbito pampeano la primera, y agresivamente, en todo el Norte argentino y hasta Paraguay, Brasil y Uruguay, la segunda. Éste era uno de los nombres del Alto Dios (Diosa, porque la desinencia ‘tsüm’ indica el género femenino) de dicho pueblo. (‘Sesom’, igualmente femenino, para los tehuelches meridionales. El tema ‘tsil: tsül’ expresa ‘giro, girar’ y la partícula ‘wa’ inicial es propia de la tercera persona del singular: ‘(la que) gira’, en traducción más ajustada. ¿Y por qué habría de girar, circunvolucionar, el Alto Dios? Simplemente, por ser el Señor, Señora, del Laberinto, el camino sinuoso que han de transitar los espíritus de los muertos en las creencias de casi todos los sistemas religiosos del mundo. Del mismo modo que en ellos, el Alto Dios tehuelche, infinitamente justo, juzgando las acciones de los humanos, podría convertirse, al negar el acceso del espíritu de un injusto al Paraíso en inflexible castigador. Y subsecuentemente, en ‘dañino’, ‘pernicioso’, ‘maligno’... ¡el Malo!, o directamente, el Diablo. (...) ‘Engualichar’ es lo mismo que ‘ojear’, es decir dañar a través del ‘mal de ojo’, con lo que la derivación fue doble: de Divinidad -ambigua- a Ser Maligno; de la cultura tehuelche a la cultura popular, campesina, folklórica.
 

La sal da trabajo a unas 80 personas

SAN ANTONIO OESTE - Dos empresas extraen actualmente sal del Gualicho. Vieytes, que ya comenzó con su cosecha anual, y Nerysal que inicia mañana la actividad. La explotación de este mineral, útil tanto como materia prima base de otras industrias como para el consumo directo, se realiza en los meses de verano, ya que durante el invierno la sal se “reproduce” -como dicen los lugareños-, mientras que el clima más seco de los últimos meses del año ayuda a que el elemento esté más expuesto para ser recogido por las máquinas especialmente diseñadas para tal fin.

Unos ochenta obreros desarrollarán desde ahora hasta marzo la sacrificada labor. La sal y el sol, juntos, curten la piel y la resecan. El salitre provoca serios daños en las carrocerías de los vehículos. Los camiones salineros, algunos de modelos nuevos, se ven antiguos y oxidados tras algún tiempo de uso en el lugar.
Las actividad de la salina, por llevarse a cabo en ese lugar bastante lejano de los cascos urbanos, es desconocida para el común de los habitantes de la ciudad. Poco se sabe de la labor de los sufridos obreros, poco se conoce de su esfuerzo para obtener la mejor sal y en las mayores cantidades.
La extracción de sal comenzó el año pasado a ser más evidente, cuando los camiones cargados empezaron a llegar a las adyacencias de la ciudad, hasta una playa de cargas ubicada en el cruce de rutas, donde el producto se traspasa a los trenes que la llevan semanalmente hasta el conurbano bonaerense.
 

Dieciséis enfoques investigativos

El trabajo de investigación "Bajo del Gualicho. Una planicie patagónica bajo el nivel del mar. Realidad y leyenda" es el tercero de una serie que comenzó en 1998 "La Meseta Patagónica de Somuncurá. Un horizonte en movimiento" y siguió luego con "La Meseta Patagónica de El Cuy. Una vasta soledad" (2001). Fue coordinado por el sociólogo Ricardo Freddy Masera y el geógrafo Julio César Guarido -de la AGN-. El trabajo de campo fue coordinado por Guillermo Serra Peirano.

Guarido centró su análisis en la geografìa física y geomorfología, realizando mapas e ilustraciones que ayudan a la comprensión, con la colaboración de la cartógrafa Malena Mazzitelli Mastricchio.

La historiadora Beatriz del Valle Moldes, con colaboradores, profundizó en lo etno histórico y económico del poblamiento de 1880 a 1930.

Hernán Cortés, ingeniero agrónomo especializado en Estadísticas agropecuarias, analizó los censos de población y agropecuarios.

Ricardo Freddy Masera con un grupo de colaboradores trató la narrativa oral de la zona y con personas que migraron a Valcheta, Lamarque y Viedma.

Sergio Cimbaro, especialista del Instituto Geográfico Militar volvió a medir el nivel bajo el mar de la depresión natural con tecnología actual, instalando dos hitos.

El enfoque geológico fue desarrollado por Eliseo Sepúlveda, nacido en Carri Laufquen, y los especialistas en hidrogeología Aldo Sisul y Gustavo Olivares.

El yacimiento de sal fue analizado por la geóloga María Laura Yáñez, que sumó una entrevista a Nery Caracotche, fallecido en 2003, quien durante muchos años fue gerente de la empresa que explotó la salina.

Sergio Plunkett caracterizó las unidades de paisaje y suelos y trazó una transecta perpendicular Norte Sur del Bajo.

El relevamiento paleontológico fue de Juan Carlos Salgado y Pablo Chafrat.

La bióloga María Andrea Gainza estudió los efectos ecológicos del pastoreo.

El fotógrafo y ambientalista Héctor Piacentini y el guardaparque Daniel Paz Barreto relevaron la fauna, en especial, de la Reserva Privada Experimental de Fauna Cinco Chañares, con su propietario Amadeo Wucusich, quien falleció en 2002. La problemática de las áreas naturales fue complementada por Omar Cura y Oscar Dunan. El libro cierra con un análisis de las propiedades turísticas de la región del Bajo a cargo de Humberto Iglesias.

La lista de agradecimientos que incluye el libro es larguísima. En general, alcanza a organismos del Estado rionegrino en las que se desempeñan varios de los autores, y que facilitaron -aun las escasas disponibilidades presupuestarias- viáticos, combustible, correspondencia o llamados telefónicos, algún vehículo, asesoramiento, acceso a fuentes documentales, consejo, revisión o aliento. Fuera del Estado, colaboraron la Fundación Oscar Alende, que donó los hitos de hormigón; el presidente de la Fundación Ameghino, Rodolfo Casamiquela; la empresa Transporte Cabricosi y particulares de la zona.

El libro incluye "una llamada de alerta al escenario natural y cultural de las mesetas patagónicas", y declaran que "es imperativo preservar este paisaje en función de su utilización y disfrute por las generaciones presentes y futuras".
 

Mérito y proyectos

"Los jóvenes que se nos suman son la garantía de que el proyecto Las Mesetas Patagónicas nos trascienda".
El coordinador de la serie "Las mesetas patagónicas", Ricardo Freddy Masera, dialogó con "Río Negro sobre los méritos y relevancia de estas obras.

En principio, destacó que el equipo, pese a ser heterogéneo en sus especialiddes, se mantuvo unido, a su juicio, "por la atracción que ejerce en el imaginario colectivo universal y en nosotros la Patagonia, la profundidad de su realidad y de su concepto significante: meseta. Y ahora, después de 3 obras publicadas y otra que se publica dentro de un mes, nos capturó una suerte de empecinamiento y proseguiremos hasta el propio Estrecho de Magallnes, si fuera necesario".

Añadió que "nos alienta también que cada vez se agrega más gente, y en particular más jóvenes al equipo. Y ellos son la garantía de que el proyecto Las Mesetas Patagónicas nos trascienda".

Destacó además que "la mitad del equipo trabaja ad honorem, y esta vez para Beatriz Moldes, Cortés y otros no pude conseguir contratos de locación de obra. En los libros anteriores, éstos representaron, por todo concepto y sumando los pagos de todos, los $3.000 en total por libro, los que repartíamos. Trabajar por la gloria esta vez, para aquellos que no tenían carga horaria de sus organismos, fue una condición que me impuse para conseguir los viáticos correspondientes al traslado de los equipos, la movilidad y la garantía de la edición del libro".

Hoy, Masera busca que este equipo, o parte de él, sea incorporado a la "Subsecretaría de Ciencia y Tecnología", desconocida por la mayoría de los funcionarios y por el público, pero que por su especificidad les permitiría acceder a subsidios del Consejo Federal de Ciencia y Tecnología.

Los tres libros -Somuncurá, El Cuy y El Gualicho-, fueron distribuidos totalmente en todas las bibliotecas populares y públicas de Rio Negro, en las principales de la Patagonia, en las de las universidades patagónicas y en las nacionales de importancia de la ciudad de Buenos Aires, así como en archivos e institutos afines a los diversos temas tratados y las escuelas de las regiones estudiadas.

Los dos primeros libros se vendieron a $10 en todo el país -distribuidos por Galerna- y éste se venderá a $12 próximamente. Todos fueron editados por la Secretaría de Acción Social y esta vez con ayuda de más sponsor que las veces anteriores.

El equipo se ha ocupado también de reunir los trabajos inéditos del eminente arqueólogo Carlos Gradin sobre arqueología de Río Negro, realizados en 1970 y 1980. Con la colaboración de la viuda de Gradin, la también arqueóloga Annette Aguerre, saldrán publicados próximamente en un libro de 100 páginas, con fotos a color. Se prevé también en este caso la distribución gratuita en bibliotecas, y al público a precio promocional.
 
 

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