"La violencia no es mapuche"
La realización de los "Diálogos
de La Araucanía", convocados por El Diario Austral de Temuco, pretende,
como objetivo central, generar un marco de referencia que permita abordar
los problemas regionales no desde la visión de incrementar el conflicto,
sino que de buscar solucionar sus causas.
La IX Región, por diversas
razones, tiene características únicas en nuestro país.
Es una región incorporada de hecho recién en el año
1881 a la República. Presenta una alta ruralidad y presencia mapuche,
niveles únicos de subdesarrollo, un nivel per cápita menos
de la mitad del resto del país, una débil estructura caminera,
bajísismos niveles de rendimiento escolar. Somos, por otra parte,
una región, que se encuentra en un lugar expectante en los medios
de comunicación nacional, por la creciente conflictividad que en
ella existe. Dado que somos para muchos un problema, debemos de realizar
un esfuerzo sincero de romper barreras invisibles, prejuicios y estigmatizaciones
casi históricas, reconociendo como una realidad que todos vivimos
en esta región, que en ella esperamos realizar nuestros sueños
y que todos tenemos derecho a que se respeten nuestros derechos fundamentales,
y particularmente, nuestra dignidad a ser personas.
El conflicto en que vive la IX Región
es multifactorial y como tal no tiene soluciones fáciles de implementar.
No cabe duda que debemos consensuar algunos valores y formas de comportamiento
que nos permitan conocernos más, incrementar el diálogo,
la confianza. Pero, antes, debemos reconocer que estamos fuertemente prejuiciados
por moldes culturales que nos impiden ver al verdadero prójimo.
En este aspecto deseo plantear algunas interrogantes que deberemos resolver.
Existe en nuestra sociedad una doble
exclusión social.
Muchos creen que para ser mapuche
se debe ser campesino, poseer poca tierra, ser pobre, tener bueyes, ser
aguerrido o violento. Quien emigra a la ciudad o estudia una profesión,
quien luego de gran esfuerzo es exitoso, tiene una situación económica
sólida y una profesión atractiva, es mirado por sus amigos
y vecinos como alguien que se ahuincó, que dejó de ser mapuche.
La sociedad global, sin embargo, no es menos contemplativa. Si tiene apellido
mapuche y se triunfa en la vida, no faltará quien le diga: "tú
de indio no tienes nada". Ello demuestra nuestro reduccionismo cultural,
nuestra incomprensión a entender que se puede ser mapuche y ser
exitoso en el mundo.
VIOLENCIA NO
ES MAPUCHE
Los medios de comunicación
masivos y los propios afectados, como quienes buscan el conflicto, por
interés o desconocimiento presentan la violencia actual como violencia
mapuche. Conozco muchas personas que trabajan día a día,
que son profesionales. Agricultores, pobres y ricos, que no participan
ni propugnan la violencia. Hablar de "violencia mapuche" es estigmatizar
a la gente, es ayudar a los violentistas.
Existe un alto riesgo de transformar
la violencia en un conflicto racial.
En una región donde el 39%
de la población es mapuche y donde todos con más o menos
presencia somos mezclados o champurreas, sólo el respeto recíproco
y la integración puede brindarnos la esperanza de un futuro mejor.
Ello implica que debemos respetar las expresiones culturales diversas,
hacer de ellas una parte de nuestro ser, ver en las mismas un elemento
distintivo que nos fortalezca y no un elemento desintegrador que nos destruya.
No faltan quienes dicen que el gran error fue no eliminarlos a todos, refiriéndose
así, según el caso, para considerar digno de exterminio a
los huincas o a los mapuches. La convivencia en nuestra región se
expresa en el diario vivir, en matrimonios mixtos, en las relaciones laborales,
en las iglesias, en el deporte, en las universidades. ¿Quién
es más mapuche o más huinca: los hijos de los exitosos médicos
y nietos de grandes caciques apellidados Riedemann Huenchullán o
los hijos del dirigente Ancalaf Moreno? ¿Quién representa
mejor la raza mapuche: mi amigo Domingo Colicoy, agricultor de toda una
vida, o miss Cecilia Quilaqueo, profesora de inglés del Colegio
Alemán?
Más allá de la raza,
más allá de los genes, donde el 80% de los chilenos tenemos
algo de mapuche, existen personas, individuos, que aspiran a un futuro
en paz.
INTEGRACION O
DESINTEGRACION
No todos aspiran a vivir juntos.
Existen quienes consideran que llegó la hora de crear estructuras
autónomas primero e independientes después. Para ellos Chile
es un estorbo, un país opresor. Para lograr tal cometido, existen
quienes aspiran a generar un escenario internacional que fomente la intervención
y que los problemas sean resueltos en forma tal que logren espacios territoriales
propios. Hay otros que buscan unir dicha estrategia con la violencia a
las cosas o a las personas, para lograr una reacción que genere
opresión y la solidaridad internacional. Esta visión se retroalimenta
con quienes creen que todo el problema es de seguridad, que falta más
fuerza pública y punto. No entender que lo que hoy vivimos es bueno
ante lo que nos puede tocar vivir impide a la gente comprometerse en la
solución de los problemas. Si el conflicto no lo solucionamos nosotros,
se buscará solucionar en Santiago, donde la región no será
sujeto de su propio destino, sino que objeto de la transacción.
Debe existir un respeto a los derechos
fundamentales y una mayor igualdad de oportunidades.
La pobreza que vive la región
es propicia para el desencanto y la desazón. Sin embargo, debemos
hacer un esfuerzo y asumir el compromiso de renunciar a la violencia y
fomentar el diálogo. Es fundamental reconocer el Estado de Derecho,
esa tenue línea que protege a los pueblos de la barbarie. Debemos
fomentar la igualdad de oportunidades, creando las condiciones para que
todos puedan aspirar a una mayor satisfacción material y espiritual.
Ello implica ayudar a los necesitados, con prescindencia del color o de
la religión que profesen, de su ubicación geográfica.
Debemos comprometernos en la solución
de los problemas de la región, no atribuyendo la responsabilidad
sólo al Estado, sino que comprometiendo a la sociedad civil. Iglesias,
empresas, gremios y sindicatos, dirigentes urbanos y rurales deben asumir
responsabilidades personales, patrocinar escuelas, emprendimientos productivos,
etc..
Tan importante como lograr acuerdos
es consensuar las diferencias. Ello permite saber lo que nos une y nos
separa y así avanzar paso a paso en la solución de problemas.
Ello exige, sin embargo, algunas reglas básicas, sin las cuales
el diálogo es infecundo o una falacia. Me refiero al respeto recíproco,
al respeto de los derechos fundamentales, al respeto del Estado de Derecho.
No se puede estar dentro del diálogo, y a la vez promoviendo la
violencia.
Por Teodoro Rivera.
Rector
Universidad Autónoma del Sur.
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