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Clarín (Buenos Aires), 30 de marzo de 2002.

ARTE

La exquisita tradición de los plateros mapuche

El sonido y la plata. Algunas de las piezas que exhibe la Fundación PROA
Proa se viste de plata Se exhiben unas 200 piezas, en su mayoría joyas. Son de fines del siglo XIX , cuando las mujeres y hombres que las usaban comenzaban a ser exterminados.

Adornos de plata entre los mapuche? ¿Piezas finísimas, confeccionadas por los indígenas que asolaban pueblos y fortines en los malones? Esas sorpresas constituyen el primer acierto de la exposición Hijos del viento. De la araucanía a las pampas, que acaba de inaugurarse en la Fundación Proa. Seleccionadas de la colección Eduardo P. Pereda por Isabel Iriarte y Teresa Pereda, reúne unos 200 objetos —en su mayoría joyas— representativos del siglo XIX y principios del XX, cuando las mujeres y los hombres que los usaban comenzaron a ser liquidados por los blancos.

Las curadoras de la muestra hablan de una cultura poscolombina. Gracias al caballo traído por los españoles, a fines del siglo XVII los mapuche comenzaron a dispersarse desde el sur de Chile hacia la Patagonia y la pampa argentinas. Un siglo después, ya cruzaban periódicamente la cordillera para robar ganado a los colonos. Cuando regresaban al oeste y lo vendían, recibían monedas de plata casi pura.

Para los plateros mapuche no fueron más que materia prima. A punto tal, que en Chile llegaron a provocar una gran inflación por falta de circulante. Esa fue una de las varias razones por las que el gobierno decidió la Pacificación, un eufemismo que designa el exterminio, equivalente y simultáneo a la Campaña del Desierto. A principios del siglo XX, los pocos plateros que quedaban en las comunidades sobrevivientes apenas conseguían monedas que tenían más níquel que plata. También su artesanía se extinguió.

Durante poco más de un siglo confeccionaron una gran variedad de joyas para las mujeres de la alta jerarquía. Pendientes labrados o repujados, a veces tan enormes, que los enganchaban del cabello. Gargantillas y pectorales con numerosas piezas pequeñas. Cadenas que colgaban de los diferentes tipos de pinches con los que sujetaban su ropa, cada uno con un nombre distinto, según el diseño. Anchos cinturones bordados con casquetes de plata, como si fueran mostacillas.

Tan valiosas para ellas como el metal precioso, también incorporaron a su atuendo las chaquiras, las famosas cuentas de vidrio que los europeos desparramaron por todos los territorios conquistados. Con ellas hicieron fajas de coloridos dibujos, como también complejos tocados.

La mayoría de los adornos termina en campanillas o en dijes livianos, que tintinean al menor movimiento. También las vinchas y las largas cintas con las que aseguraban sus trenzas o envolvían los mechones con los que destacaban sus complicados peinados. Los viajeros dejaron testimonio de esta debilidad de las mujeres mapuche por emanar delicados sonidos metálicos, que las hacía menearse más de lo necesario.

Plata repujada, cincelada, grabada, calada, recortada, fundida para soldar apliques: con diferentes técnicas, los plateros indígenas del sur hicieron dibujos abstractos y figurativos que, al margen de la simbología que responde a su cosmovisión, dan cuenta de una apreciación estética. Además, en varias de las joyas —que las mujeres usaban todas juntas—, hay elementos importantes en la nuca o en la parte posterior de la cintura o del cuello: a diferencia de la europea, que es una cultura elaborada frente al espejo, la mapuche también valoraba la espalda.

En menor medida, la exposición Hijos del viento también incluye magníficos objetos de uso ceremonial, como insignias de mando, máscaras e instrumentos y tocados utilizados en el nguillatun, la principal ceremonia religiosa. Pequeña pero bien escogida, la sección de los textiles incluye piezas espléndidas, como los peleros, mullidos tejidos destinados al apero, con largos mechones de lana de colores casi sin hilar, que bien podrían estar en los mejores museos de arte moderno.

Desplegada con sutileza al tiempo que con respeto por la concepción indígena, y complementada por una cartelería concisa y comprensible, la muestra expresa dimensiones de una pérdida, capturada durante unos días en las vitrinas. Puede visitarse hasta fines de mayo, de martes a domingo de 11 a 19 y, por excepción, también este lunes. (Av. Pedro de Mendoza 1929.)
 
 

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