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2010-10-21 | Opinión | -Más chanchitoMi querido amigo Yves me hace notar algunas fisuras de mi magistral diatriba â¡Ya me tenÃs chanchito!â: algunos malos escritores sà se merecen el Premio Nobel y el premio, a su vez, se los merece. Estoy en un todo de acuerdo con el desacuerdo de Yves. Es verdad que en el furor de mi diatriba no quise ver todas las caras del prisma y solamente fijé mi cólera en la arrogante presunción de la Academia sueca de autoerigirse en Corte Suprema de la literatura universal.1. Du skall inte tro att du är nÃ¥got (No vayas a creer que eres algo). 2. Du skall inte tro att du är lika god som vi (No vayas a creer que eres tan bueno como nosotros). 3. Du skall inte tro att du är klokare än vi (No vayas a creer que eres más sensato que nosotros). 4. Du skall inte inbilla dig att du är bättre än vi (No vayas a creer que eres mejor que nosotros). 5. Du skall inte tro att du vet mer än vi (No vayas a creer que sabes más que nosotros). 6. Du skall inte tro att du är förmer än vi (No vayas a creer que eres más importante que nosotros). 7. Du skall inte tro att du duger till nÃ¥got (No vayas a creer que tú sirves para algo). 8. Du skall inte skratta Ã¥t oss (No te vayas a reÃr de nosotros). 9. Du skall inte tro att nÃ¥gon bryr sig om dig (No vayas a creer que alguien se preocupa por tÃ). 10. Du skall inte tro att du kan lära oss nÃ¥got (No vayas a creer que tú nos puedes enseñar algo a nosotros). Es en cumplimiento de esa ley inviolada e inviolable que se han establecido los cimientos de ese pomposo ritual por el que, cada año, se renueva el principio dogmático de una superioridad racial e intelectual que, precisamente por ser dogmático, no necesita demostración. Vistas las cosas desde esta perspectiva, el otorgamiento del codiciado premio a personajes dudosos o mediocres refuerza y consolida la autoridad del Tribunal Supremo tanto como la concesión del diploma a verdaderos genios de la literatura: lo que interesa, en ambos casos, es la ratificación de la potestad de juzgar y de dictar sentencias inapelables, no importa cuán absurdas sean. Hay en esa ceremonia algo de aliento divino, olÃmpico, como una emanación del Consejo de los Dioses, que se extiende como un manto de imposición imperial sobre las muchedumbres absortas de lectores. DirÃa más: las sentencias injustas, bien administradas, fortalecen y consolidan el poder arbitrario del juez (y su prestigio), del mismo modo que otorgar a un caballo el tÃtulo de Cónsul certifica dramáticamente el poder absoluto de CalÃgula. Pero el prisma tiene otras facetas y otras aristas: los premios se negocian, se niegan, se retrasan, se dosifican, según cálculos y conveniencias que a los ojos del gran público se presentan como designios insondables. Mark Twain es condenado al rincón de los olvidados, en apariencia porque es âsolamenteâ un humorista (¿como Cervantes, tal vez?), pero en realidad porque es un socialista que denuncia las horrendas masacres, mutilaciones y torturas a que está siendo sometida la población del Congo por parte del rey Leopoldo de Bélgica, con la ayuda entusiasta de mercenarios suecos y de todas las monarquÃas europeas. Por la misma razón será castigado con la indiferencia y el desprecio Józef Teodor Konrad Nalecz Korzeniowski, más conocido como Joseph Conrad, autor de âEl corazón de las tinieblasâ, que es el corazón del Congo. Otro socialista, August Strindberg, será repudiado a causa de sus irreverencias, en especial por su terrible libelo âDet Nya Riketâ (âEl Nuevo Reinoâ), feroz requisitoria contra la sociedad sueca reaccionaria, aristocrática, hipócrita y farisea de la segunda mitad del siglo diecinueve. Una Academia germanófila y racista rechazará sistemáticamente a Sigmund Freud y a otros notables escritores judÃos, entre los que sobresale Franz Kafka. Proust será âdecadenteâ, James Joyce âdegeneradoâ. Ninguna de estas afrentas contra la literatura universal obedece a la ignorancia o a la incompetencia de los académicos, no. Ellas son fruto de la prostitución polÃtica de la Academia. Sobre este trasfondo, los aciertos han servido para darle brillo y esplendor al premio. Bien miradas las cosas, no han agregado más brillo y esplendor a los premiados. Y es por esta razón que resulta bizantino discutir si los premiados âmerecÃanâ o âno merecÃanâ el galardón. Discutir los merecimientos de los agraciados es legitimar la impostura del tribunal. Vivimos en una época sombrÃa pero ya se vilsumbran destellos de lucidez: los habitantes de este planeta comienzan a cuestionar viejos valores, tradiciones obsoletas, conceptos retrógrados. La âLey de Janteâ comienza a tambalearse y el simple y sencillo ciudadano del mundo comienza a decirse a sà mismo: SÃ, soy algo; sÃ, soy tan bueno como cualquiera; sÃ, soy más sensato que los jueces prevaricadores; sÃ, soy mejor que los detentadores del poder; sÃ, sé más que los sabihondos arrogantes; sÃ, soy más importante que los fatuos; sÃ, yo sirvo para algo noble y justo; sÃ, me rÃo de los imbéciles solemnes; sÃ, millones de mis prójimos se preocupan por mà y yo me preocupo por ellos; sÃ, yo puedo enseñar algo a quien quiera aprender algo nuevo; sÃ, yo conozco el valor de mi dignidad inalienable e intransferible. Vengo del corazón de las tinieblas y voy hacia el corazón del mediodÃa. Por Vidales, C. |
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